El paciente H.J.G. tiene veintinueve años, soltero, trabaja en la empresa -construcciones edilicias- propiedad de su padre, esta a punto de contraer matrimonio con una chica de su edad, empleada de comercio. Lleva muy bien el tratamiento de mantenimiento -regulación energética- que le ha sido diseñado, tanto como los habituales cambios de fórmulas terapéuticas para corregir los también habituales desarreglos de nosotros los humanos, expuestos como estamos a innumerables influencias -climáticas, alimentarias, emocionales...) Un momento antes de recibir su sesión de agujas, en la camilla, une las diez yemas de sus dedos, mira hacia sus cejas y nos dice pensativo:
- A veces me pregunto si la suma de mis dudas y contratiempos, asi como mi difícil relación con mis padres, si no se deberá a que en el fondo soy un "hijo de papa", el resultado de haber sido un niño consentido, tal vez sobreprotegido, en fin...
Nuestra respuesta no se dejo esperar:
- No te lo preguntes amigo mio, pregúntamelo a mi.
Una furtiva mirada al terapeuta, unos segundos de reflexión y:
Bien. Sesión de acupuntura, todo correcto, despedida con miradas cómplices, hasta un abrazo. Nunca me hizo la pregunta, nunca hasta ahora le di la respuesta no solicitada. Tal vez, de leer estas líneas y vincularlas con aquel diálogo, al citado paciente le valga esta reflexión:
- Pues si, seguramente el estado emocional actual de esta persona es el producto de ser un niño consentido que terminó siendo un hijo de papa. Ahora bien, ¿cual es la diferencia entre cualquier hijo de papa al uso, de cualquier niño consentido al uso, con H.J.G.? Que este último se lo pregunta, se lo cuestiona al menos formalmente, en tanto que la mayoría simplemente lo vive como normal, disfrutando de un buen coche deportivo, crédito abierto para gastos y cómodas "soluciones" paternales a los problemas que se presenten.