Un niño insoportable no siempre es un genio...
pero mejor es no perderle de vista
No
es un caso común, pero es bastante más común de lo que parece: niño brillante,
niño insoportable. Luego de haber pasado por el castigo sutil o no tan sutil, y
el reiterado intento de soborno (“si te portas bien te daré…” “Si te portas
bien podrás elegir entre…” “Si te portas bien… etc.”), pasará por el tamiz
pediátrico y más tarde el psicológico. Pero el niño seguirá siendo
insoportable.
La
madre –que consumirá su habitual y no siempre diagnosticado psicofármaco para dormir- piensa que sería muy
fuerte solicitar al médico que medique también al niño, que a esta altura ya
habrá sido -este sí- diagnosticado de “hiperactivo”, tal como si a un paciente que
declara tener dolor de cabeza le dices que lo que tiene es “una cefalea”. Por
lo tanto, esa madre preocupada y atormentada por las quejas de maestros y
vecinos, acudirá al representante de la mal llamada medicina alternativa
(complementaria sería lo correcto) y le pide si por favor le podría
“dar algo” para su hijo, para no tener que darle “medicamentos”. En fin, está
preguntando si no hay una pócima, una planta, algo más fuerte que una infusión
de tila “porque la tila no le hace nada”.
La
acupuntura no hace milagros, pero no cabe duda que si el ryodoraku
denuncia una sobrecarga a nivel H –que la dará- con solo poner el H 2
y 3 un par de veces se notará un leve cambio, a veces bastante más que
leve. Por ello el niño no dejará de ser brillante, sino que estará más
centrado, eso es todo de momento. Y eso es todo de momento porque el problema
de ese tipo de niño es que se aburre espantosamente cuando el maestro habla,
puesto que intuye hacia dónde va el argumento, tal como cuando le habla el
padre o... la madre.
"PROBLEMAS DE CONDUCTA"
Por
supuesto que no estamos hablando de un niño “mal educado”, ni con un “problema
de conducta” por el ambiente familiar en que se desarrolla (padre o madre
violentos, alcohólicos, malos tratos, etc.) hablamos del niño con evidentes
inquietudes intelectuales o artísticas que en muchos casos no es detectada por
su entorno (ni por familiares ni por los profesionales a los que acude su
madre) y que, además, puede encuadrarse en los dos casos mencionados más arriba: mala educación o problemas de conducta.
En
estos años han pasado por la consulta numerosos casos de estas o parecidas
características, sobre todo en niños varones. Uno de ellos es de especial
relevancia. Se trata de Juan (no es su nombre real). Nació en un país que ha
vivido conflictos de gran envergadura, con muertos en las calles, y sus padres
le desatendieron en todos los sentidos hasta el punto en que se convirtió en
delincuente y terminó con sus huesecillos en el reformatorio sin haber cumplido
los diez años. Terminó (comenzó una nueva vida) siendo adoptado
por una familia española.
Juan
tiene una conducta sumamente irregular. Es extraordinariamente cariñoso al
tiempo que arisco, se comporta de forma inesperada y tanto habla como si fuese
un adulto (con la ironía o cinismo de un adulto) o como un niño tonto. A veces
reacciona con inusitada agresividad. No para de preguntar de forma insistente
sobre todo lo que ve o no entiende pero al mismo tiempo hace caso omiso a todo
lo que se le quiere explicar pero que no responde a su interés inmediato.
ABSTRACCION DE SU PENSAMIENTO
Su
inquietud artística hace que no se detenga ni un solo minuto sin estar
trabajando en algo. Sus ilustraciones llenas de colorido tienen un claro
sentido de síntesis, haciendo abstracción de sus pensamientos. Si le dicen que
su dibujo puede representar una nave te responde con una explicación que irá en
ese mismo orden, pero si le dices que puede representar –también- otra cosa
bien distinta, te seguirá la corriente agregando explicaciones en ese nuevo
orden. Así, para los adultos que le rodean es, o tonto, o simplemente
incoherente, apuntando que lo más importante es que “contesta mal”
En
cinco ocasiones –visitas a la consulta- ha visto a su madre con las agujas de
acupuntura puestas, sonriendo ésta y presionándole para que se deje poner las
suyas a lo que el niño respondió siempre “nanay”. Las presiones
de su madre para que le hiciéramos acupuntura a su hijo recibieron como
respuesta que no le obligaríamos. Lo que hicimos fue ponernos una aguja en la
cabeza y de forma natural hablar con su madre o entre nosotros sin hacer
mención a las agujas. No tardó ni un minuto en preguntar el por qué de aquello, la
respuesta fue “porque nos tranquiliza, nos permite trabajar mejor y nos hace
sentir más fuertes e inteligentes”. Inmediatamente se hizo presente el “yo
también quiero".
UNA AGUJA EN LA CABEZA
El
primer paso –antes de pasar por una auscultación bioenergética- fue ponerle la
mentada aguja en la cabeza, en este caso en dirección contraria a la corriente
del meridiano. Se quedó tan quieto como cuando los veterinarios acupuntores nos
sorprenden colocando la primera aguja en el In trang de un can
alborotado: se queda sentado y quietecito. Juan nos despertó una gran ternura
al verlo de pronto sentado y sin moverse, con los ojos muy abiertos. Su mano
izquierda no soltó ni un solo momento el dibujo en el que estaba trabajando.
En
la siguiente sesión, luego de una medición del ryodoraku, auscultación
de la lengua y un –en este caso breve- interrogatorio sobre sus costumbres,
alimentación, así como por sus impresiones sobre maestros y compañeros de
estudio, que respondió mirando para otro lado y con gestos o sonidos guturales,
le fueron aplicadas diez agujas, cuatro bipolares y dos unitarias (R3/ H2 y 3/ C7/ Du 20/ In trang). Pero
ya no se mostró tan quietecito: había tenido que soltar el dibujo para las C7. Cuando recibió la visita de su
madre –que había cumplimentado su sesión- Juan, con sus agujas puestas, la miró
a los ojos y le dijo: “Que, estarás emocionada ¿no?”.
¿Podremos
conseguir que se sienta menos culpable? (*). ¿Regular su energía, su
“equilibrio”? Por supuesto que sí. ¿Será posible conseguir que desarrolle su
inclinación artística? Esto es mucho más difícil, puesto que todo su entorno,
la propia sociedad en que habita, estará mucho más preocupada por su
comportamiento, por sus rabietas, por su hablar apresurado, por sus movimientos
bruscos, que por cualquier otro valor sustancial.
Si
todo “sale bien”, según los “bien pensantes”, podremos conseguir domar al
personaje y hasta convertirlo con los años en un funcionario del Estado o un
carpintero. Si perdemos a un artista, tal vez solo perdamos a un genio intratable
que será descubierto unos cuantos años después de haber fallecido en la
pobreza. Habremos conseguido “meter un palo cuadrado en un agujero redondo”
(**). En todo caso es necesario comprender lo difícil que es para una madre
sobrellevar la relación con un hijo al que ama y al tiempo le provoca un
importante grado de temor.
Solo para cinéfilos:
(*) El singular director de cine Gus Van Sant realizó dos películas a finales de los noventa con
historias escritas por Matt Damon,
antes de convertirse éste en una “estrella” interpretando a Jason Bourne o al atormentado vidente
que le encargara Clint Eastwood. En la primera (Gerry) dos jóvenes se
pierden en un paraje inhóspito dando lugar en sus diálogos y su situación a
toda una profunda reflexión sobre el ser y estar de la juventud. En la segunda,
“El indomable Will Hunting”, Matt Damon nos
introduce en la tragedia de un joven iconoclasta, agresivo, incluso violento,
pero que esconde un nivel intelectual desmesurado, unos conocimientos generales
de física y psicología -a un mismo tiempo- que sorprende a un laureado profesor
al descubrir que quien ha resuelto un complejo dilema escrito en la pizarra de
su clase es… el chico de la limpieza. En el intento de “adaptarlo”, el joven
consigue burlarse de los psicólogos y psiquiatras a los que el profesor
contrata con el objetivo señalado. Por fin llega el profesional “diferente”
que, aunque vapuleado por el joven, resiste y termina encontrando el secreto y
la frase que ilumina, que todo lo explica (para quien acierte entender),
mirándole fijamente a los ojos le dice: “No
tienes la culpa”. El joven lo rechaza y el psiquiatra se la repite tres
veces, acorralándole, finalmente el joven, con un sollozo, abraza por fin al
terapeuta.
(**) La frase es pronunciada por Marlon Brando en la película de John Huston, “Reflejos de un ojo dorado”, para explicar la imposibilidad de
hacer que una persona de perfil definido se comporte bajo las coordenadas de un
grupo social que se manifiesta diametralmente opuesto al citado perfil.En este caso era el de un militar de alta graduación... homosexual. La película no tuvo demasiado éxito, a pesar del prestigio de su director y de la popularidad de los actores. La sociedad en aquellos días no era más pacata que ahora, pero si las "autoridades", que aconsejaron que el filme era para "mayores de 18 años". No sea cosa que con 17 y medio se te ocurra seguir una carrera militar siendo homosexual y que teniendo una esposa como la Taylor prefieras la compañía de un soldado guaperas.